Poesía visual. La dialéctica del signo.

La mayor parte de la gente no sabe o ni siquiera imagina qué cosa pueda ser la poesía visual. Me temo que ni aun entre los propios creadores hay consenso, porque ni entre ellos mismos saben definir justamente qué cosa sea. Es la verdad; ahora se escribe con cierta prodigalidad sobre esta manifestación desde todos los frentes y se echa de menos alguien que se atreva a definir el concepto de poesía visual, sorteando este escollo en vanos historicismos sobre su origen que a nadie interesan y que, por otra parte, ni son necesarios ni, además, apropiados, porque  pretender remontar este arte experimental a la pintura de las cavernas creo que es  absolutamente desproporcionado. Tal y como nosotros actualmente  la  entendemos, la  poesía visual  arranca en la primera década del siglo XX con la corriente futurista comandada por Marinetti, que deconstruye gradualmente el signo desde el versolibrismo hasta llegar a la  tavola parolibera  (murales o tablas donde la palabra gravita libre en el espacio), cuyos precedentes directos son, en efecto, Mallarmé y  desarrolando su intuición, su coetáneo Apollinaire. Sin embargo, Marinetti se despega del logocentrismo de las composiciones de los poetas anteriores explorando y recreando el signo desde su propia  materialidad, confiriéndole entidad plástica.

El camino abierto por los futuristas italianos es recogido por el dadaísmo y fructifica en otros tipos de manifestaciones como la poesía sonora, el poema objeto o, más adelante, el happening, la instalación, etc. que sintetiza el grupo Fluxus.

Pero no es (ni será nunca) mi propósito historiar nada, sino  intentar definir y valorar desde mi humilde entendimiento el fenómeno de la poesía visual en estas líneas. Para el caso, he rescatado  de una carpeta la exposición que pronuncié en un curso de doctorado en donde la definía.  Pese a los años transcurridos tengo en válidas estas palabras. Poesía visual es un discurso o una información  en que se combinan e interconnotan códigos literarios y códigos perceptivos relacionados con lo icónico-visual.

¿Pero qué grado de participación tiene la poesía en esta disciplina como para denominarla con tal nombre? Julio Campal uno de sus promotores en España,  alegaba que se debía a la extrapolación de recursos literarios al ámbito de la plástica, pero hoy se queda un tanto vaga esa declaración ante el avance de los estudios interdisciplinares. También una película de cine puede ser analizada bajo el prisma de la crítica literaria y no por ello es un poema, a menos que el autor tenga asumida otra idea, porque aquí prevalece la concepción duchampiana. por la que una manifestación será  considerada artística si así la ha considerado su creador.

La denominación de poema, creo yo, corresponde a una concepción artística surgida como respuesta al arte conceptual y minimalista de los años cincuenta. Ante un arte  rígido, científico y metódico, un grupo de artistas retoma el hecho artístico  como expresión del hombre, reivindicando así la gestualidad y lo orgánico, denominando a sus propias obras poemas, como expresión de ese calor humano. Más que nada, es una declaración de intenciones. El poema, género breve, es además un concepto que se identifica con la finitud de la obra plástica, y así fue ésta denominada. Pero la poesía visual nace con otro nombre, la poesía concreta, modalidad literaria del concretismo, un movimiento nacido desde la pintura (encabezado por Max Bill) que se oponía a la abstracción.

Sin embargo, poesía concreta y poesía visual designan dos tipos de creaciones diferentes y con una gran facilidad de ser mal interpretadas, pienso. Sólo tienen en común los rasgos icónicos del mensaje pero, mientras que en la  poesía concreta la estructura es el mismo

mensaje del poema,  la mayor de las veces si no siempre, albergan un contenido metalingüísitico por lo demás, pudiendo ser transcritas las palabras, al decir de Spatola, sin perder por ello el poema  su sentido.  En la poesía visual,  por el contrario, el discurso es bastante híbrido, pudiendo ser conformado  por elementos  ajenos a lo literario (incluso no tener  ninguno),  pero manteniendo y exaltando la iconicidad,  orientando todos los elementos  de acuerdo a una composición plástica (por eso es eminentemente visual), esta composición condiciona el sentido de la obra,  imposible de sustraerse a lo literario que contenga. Esta composición es el rasgo principal que diferencia al poema visual del concreto, pues en éste la composición no interesa tanto como la idea a transmitir, es decir, tiene una naturaleza conceptual (naturaleza que comparte con el poema-objeto) mientras que el poema visual tiene una naturaleza plástica.

Debemos aplicar  estas categorías como polos entre los que se mueven diversos grados de iconicidad: el ut pictura poesis horaciano, los ideogramas o el espacialismo se encontrarían aún en la poesía discursiva y son rasgos experimentales que participan de un grado de iconicidad,  pero no es poesía visual. No es lo mismo la poética visual que la poesía visual, que, por cierto, sólo es una especie determinada, como he intentado explicar, dentro del conjunto de  la poesía experimental (en donde cabe desde el poema sonoro hasta el happening con todas sus manifestaciones pasando por el poema-objeto, etc.)

La mayoría de los problemas del público y de la crítica  vienen causados por confusión de términos. Me parece evidente a estas alturas que este tipo de manifestaciones constituyen obras artísticas al fin y al cabo y, dado su discurso y su sistema de representación,  me  inclino a llamar a estas creaciones, más que poemas,  textos visuales, evitando engorrosos juicios, habiendo  titulando así buena parte de  mis piezas. Sin duda, se trata efectivamente de un texto en el sentido más amplio de la palabra y de la crítica filológica y en esta denominación subyace igualmente el carácter narrativo en que se basan estas composiciones , narratividad propia que no comparte con el poema concreto, cuya esencia es intelectiva y, por ende, sintética.

Dada su naturaleza conceptual, muchos han tomado la poesía concreta (y la han asimilado con la visual) como si se tratara de un jeroglífico o un acertijo a resolver, un error comprensible  pero   artísticamente funesto, porque la creación se agotaría en su propio gesto. Culpa de ello, en ocasiones, la ha tenido la autocomplacencia de los artistas exhibiendo lo que no son otra cosa que cuchufletas. Eso es devolver al artista a una visión ególatra desde la torre de marfil, que tanto ha degradado su imagen social.

 Si no somos sinceros, nos estamos engañando. No podemos dejar que otros vivan la vida en nuestro lugar. La poesía visual,  y por extensión, la experimental, no es un pasatiempo, como obra artística que es,  debe responder a las inquietudes del hombre, identificándose con él, indagando en su devenir. Este creador  es una persona que comparte su vida con otros,  respirando el mismo aire. Vive en el mundo y está en la calle,  donde la vida fermenta.  Trata de conocer el mundo y conocerse a sí mismo de paso,  intentando dar respuesta a través de sus obras, a sus propias inquietudes y al devenir del hombre. La naturaleza de su obra es la vida misma en todas sus dimensiones. Si exploramos en nuestro interior, cada uno de nosotros descubrirá la vía a seguir en cada caso. No hay nada más sencillo. Ni más honesto para con nosotros mismos en cuanto seres humanos y artistas.

  José Juan Martínez Bueso/ Roberto Farona

 

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