Confesiones de una actriz

María Asunción Rodríguez Chon , actriz componente de Cambaluz Teatro de Cáceres, comparte con nosotros sus sensaciones al afrontar el montaje de La Semilla de Antonio de la Fuente Arjona

Cuando después de asistir a la reunión de Fatex, en Diciembre pasado en Jaraíz de la Vera, el director de mi grupo de teatro, Cambaluz Ateneo, nos mandó los textos de las obras premiadas, me puse a leerlas con todo mi interés. Cuando tuve entre mis manos La Semilla, casi al segundo renglón, comencé a sentir una emoción especial, un interés que no me permitía parar la lectura. Lo hice de un tirón, pero tuve la imperiosa necesidad de releerla despacio, saboreando cada palabra y cada frase y me empapé del mensaje que me llegaba.

En una de las reuniones posteriores  Juan, nuestro director nos dijo que iba a proponer hacer nuevas obras. Yo, por lo bajino rezaba: Dios, por fa, que La Semilla sea una de ellas. ¡Pues así fue!, pero, naturalmente no me conformaba con eso, de nuevo imploré: Dios, por fa, otra cosina, que me convierta en María Vieja y resulta que seré María Vieja.

Cómo es norma en el grupo, todos los componentes que la habían leído opinaron sobre la obra. Al igual que al director y a mí, les pareció sencillamente magnífica, llena de matices y con un tema muy poco tratado en el teatro.

Cómo es lógico, y debido a la importancia del tema y a la profundidad del texto, en un primer momento hubo  miedo de afrontarla, de saber cómo poner en escena tan enorme mensaje, de hacer que la obra tuviera ritmo.

No fue difícil echar a un lado esos temores porque teníamos tiempo suficiente para prepararla, porque dejamos que el director y el autor juntos marcaran los tiempos, fijaran la escenografía y nosotros, las actrices y los actores, poniendo nuestra impronta particular, seguiremos sus indicaciones.

Para las actrices y los actores no profesionales (que no aficionados, porque los profesionales y nosotros si no tenemos afición al teatro, no hacemos nada aquí), la preparación de una función es ilusionante. Por supuesto el texto lo estudiamos, lo diseccionamos todos juntos en el trabajo de mesa: Cada uno aporta la características que cree le corresponden a su personaje. 

Subirnos al escenario, contar las historias es nuestra ilusión, sentir la complicidad del público.

La Semilla es una obra llena de sentimientos, de cambios de actitudes en poco espacio de tiempo, lo cual implica un trabajo añadido, pero eso mismo hace que nos esforcemos, que no queramos que se quede en nosotros tanta belleza y es por eso mismo por lo que nos hemos echado al agua.

Ahora llega el momento de la verdad, hay que empezar el trabajo, el comienzo de los nervios en el estómago, de la responsabilidad de plasmar cómo Antonio, el autor, mi padre cómo le llamo desde que supe en lo que me metía, ha creado a los personajes. Pero no lo voy a tener complicado en exceso, la complicidad de todo el grupo hará que consigamos nuestro objetivo, hacer algo tan fácil y tan gratificante cómo compartir con mucha gente sentimientos, porque eso es para mi el teatro, compartir sentimientos.

No quiero ni puedo terminar sin agradecer a  mi padre, Antonio de la Fuente Arjona su texto, a Fatex por elegir la obra, a mi director, Juan, que además es un enorme actor y finalmente a la revista Madreselva por la oportunidad de expresar mi amor y mis cosquillas  por La Semilla

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