Breve reseña sobre el origen y evolución de la dehesa (2ª parte)

El ingeniero Mario Martínez Bueso en esta segunda entrega prosigue la formación y evolución histórica de la dehesa, siempre problemática desde su origen

Enlazando con la primera parte de esta breve reseña histórica, nos situamos ahora en la mitad del S. XVI. El aumento de la población será ya constante, salvo momentos puntuales, principalmente la Guerra de la Independencia (1808-1813), la Guerra Civil (1936-1939) y la explotación de recursos naturales. Derivado de ello se generará, por una parte, la sobreexplotación de los mismos en las dehesas, bien cambiándolo desde un uso pastoral al cultivo de cereal donde el árbol estorba, o al adehesamiento de montes más alejados de los núcleos urbanos mediante el fuego y, para ambos casos, la sobreexplotación del capital árbol mediante el aumento del carboneo como fuente energética de primer orden, abusos en las podas para el ramoneo de ganados, industrialización a pequeña escala, especialmente a considerar las curtidurías que utilizaban la casca del alcornoque rica en taninos (capa viva del árbol por donde discurre la savia elaborada), fábrica de jabones que utilizaban cenizas ricas en potasa, etc.

Esta situación con el discurrir del tiempo se agudiza, y la carestía de arbolado empieza a sentirse seriamente, generándose disposiciones que intentan conservar y fomentar el mismo. Especialmente relevante es la Pragmática de 21 de mayo sobre la Formación de Nuevos Plantíos de monte y arboleda y de ordenanzas para conservar los viejos y nuevos suscrito por el Emperador Carlos V en el año de 1518, donde se comenta: Bien sabeys como para remediar la mucha deshorden en cortar e talar de los montes de las dichas ciudades, villas y lugares e por la mucha falta que abra e ay en estos nuevos reynos de montes e pinos e otros arboles […], e viendo que sin esto no se prove e se pusiese remedio podría venir andando el tiempo en mucha necesidad ansi de leña como de madera e pasto e abrigo de ganados…[…] que en la parte donde oviere mejor disposiçion se pongan e planten luego montes de encinas e robres e pinares, los que convengan e vos vieredes que fueren necesarios de poner e plantar para que en cada una d´esas ciudades, villas y lugares aya abasto de madera e leña e abrigo para ganado […] e deys horden como los dichos montes e pinares e otros arvoles ansi los antiguos que teneys como los que están puestos y plantados [..] se guarden y conserven e que no se arranquen ni tales ni saquen de cuajo...

Estas primeras disposiciones tuvieron escaso efecto y se siguen haciendo referencia a montes degradados véase, como ejemplo, las Ordenanzas de Jerez de los Caballeros de 1544, donde se denuncia: En el término della tenián dehesas de montes, y cómo los dhos montes heran los más fructíferos y prouechosos que auia en estos reynos [...] y porque se iban los dhos montes disminuyendo en gran manera, pues dehesas que tenian muchos árboles de encinas y alcornoques en que se engordaban muchos puercos ya no tenian ningún árbol, y otras dehesas que les faltaua la mitad y más de monte que solian tener de diez años a aquella parte. O esta otra, que por su interés y situación crítica se reproduce, donde el rey manda una Instrucción al corregidor de la ciudad de Plasencia, fechada el 22 de febrero de 1567 y se manifiesta: los montes antiguos están desmontados y talados y rozados, y sacados de cuajo y de nuevo son muy pocos los que se han plantado, ni los arboles, ni las plantas que se han puesto en las riberas y otros lugares públicos concejiles y de otros heredamientos particulares y que la tierra en la mayor parte de estos Reynos esta yerma y rasa sin arboles ningunos, que la leña y madera ha venido a faltar de manera que, ya en muchas partes no se puede vivir.

Se genera así, vista la situación, para buena parte de las dehesas existentes una avalancha de ordenanzas

primero, municipales o concejiles, y después reales, especialmente la Ordenanza Real de Montes y Plantíos, una vez el problema va tomando carácter de Estado

El cumplimiento de ellas siguió siendo escaso y se aumentan las penas, como ejemplo, para las Ordenanzas relativas a los terrenos pertenecientes al Monasterio de Guadalupe, 1622: ninguna persona vecino ni forastero pueda sacar ni saque de las dichas dehesas piedra, madera, leña, hornija, jara ni otro género de monte, so pena de perder la herramienta, sogas y demás instrumentos con el daño que hiciere y más cien maravedís. Y confirmando la tendencia, poco más tarde, para las Ordenanzas de Llerena, 1634: que ningún vecino sea osado de llevar ninguna leña a la dicha villa de Berlanga ni a otras partes, de qualquiera suerte que sea la leña, so pena de doscientos mrs. por cada carga; y si fuere leña de qualquiera dehesa de la dicha villa, que pague de pena seiscientos mrs.

Con todo, el efecto de la legislación y las distintas regulaciones debió ser escaso y la situación se va agravando, llegando al S. XVIII donde las dehesas más cercanas a las villas y pueblos se encuentran tan degradadas que han de buscarse recursos más alejados. La contestación en 1790 al Interrogatorio de la Real Audiencia confirmará lo anterior. Así se dice Como la escasez de tierras para la labor en estos pueblos (Partido de Alcántara) es tan grande, se entran los labradores en lo más intrincado de la sierra y en lo más áspero del rivero a desmontar para sembrarlo

Tras la Guerra de la Independencia (1808-1813), la situación económica del Estado y la sociedad alcanza niveles críticos y la dehesa no está exenta de esta situación. El cambio más trascendental, quizás, es que la propiedad de las mismas, a través de las Leyes Desamortizadoras, cambia. La primera Ley desamortizadora importante fue la impulsada por el Ministro Mendizábal que afectaba a bienes eclesiásticos (1836) y tras ella llego la de Madoz-Espartero (1859-1889) que afectaba, además de a los bienes eclesiásticos, a los de beneficiencia, baldíos y los propios y comunes de los pueblos. Estas leyes tenían la intención de obtener recursos para la exhausta Hacienda Pública y poner tierras para el cultivo, vista la carestía alimentaria por el aumento de la población y agotamiento de las tierras. Sus efectos no fueron exactamente los esperados. Las tierras fueron compradas por la aristocracia, burguesía ajena al territorio, y oligarquía ganadera que disponía de recursos dinerarios. Estos, en el peor caso, talaron, en muchos casos, pagando el coste de la compra de la tierra, e inmediatamente pusieron en roturación las mismas, en otros casos, montes mediterráneos cerrados fueron adehesados, mediante el descuaje de matorral y la quema.

Esta situación deja al paisanaje en una situación crítica, sin tierras ni recursos para su sostenimiento, así reclama en las Cortes el diputado por Badajoz, D. Juan Andrés Bueno: Mi pobre voz […] será la voz clamante en el desierto. Alguien habría de sufrir las consecuencias de la revolución de julio; alguien había de ser sacrificado por las circunstancias en las que se encuentra el Estado, y ese sacrificio, por lo visto, toca a Extremadura […] he recibido representaciones de 120 pueblos que se oponen a la venta de los propios […] nos veremos todos los vecinos obligados a emigrar a otros países y marcharnos donde nos den pan.

Acertada previsión para el S. XX, y que veremos junto al devenir de las Dehesas en el próximo y último capítulo de esta breve reseña histórica  (Continuará)

 Mario Martínez Bueso

(Lee la tercera parte y final de este artículo)

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