La cocina de los monasterios

Isabel Moro nos habla de la importancia de la labor gastronómica que los monasterios han tenido a lo largo de la historia, convertidos en grandes centros del conocimiento durante la época medieval, archivos del saber (y del sabor) de una cocina olvidada hoy.  

Si la cocina de las clases populares, la inmensa mayoría de los extremeños de todos los tiempos, ha sido esa reducida dieta pastoril reforzada con el puchero invernal, más o menos ilustrado de mantanza según las posibilidades de cada economía doméstica, existió, como contrapunto en Extremadura, desde finales de la Edad Media, una cultura gastronómica que junto con la cocina de las casas reales, supuso la cumbre del arte culinario europeo.

Me refiero a la cocina de los frailes, representada por los tres grandes centros de irradiación cultural que fueron los monasterios de Guadalupe, Yuste y Alcántara. Platos sofisticados, como las perdices, las becadas y los faisanes guisados al modo de Alcántara; exquisiteces como el hígado de pato extremeño, el consumado de perdices o de gallina, o los guisos de bacalao de vigilia, que desde hace siglos fuguraban entre las recetas de los monjes de Alcántara y Guadalupe, solo eran conocidos entonces en las mejores mesas de Europa.

Aquellos conventuales contaban con algo más importante, si cabe, para el hermano cocinero, una despensa inagotable y de mayor calidad, que procuraba el excelente terruño. Son muy numerosos los documentos históricos que dan fe de ello. Hay que pensar que, además de a los monjes, el monasterio alimentaba a buena parte de las gentes de las comarca, que de la institución monacal dependían, así como a los millares de peregrinos que llegaban a la zona.

 

 

Para hacernos una idea de la dimensión del la despensa del Monasterio de Guadalupe a finales del siglo XV se cifra en 9.000 arrobas el vino producido y consumido un año con otro dentro de aquellos muros conventuales. Haciendo referencia a otro monasterio, el de Yuste y haciendo referencia a la cocina extremeña, cabe destacar datos muy ilustrativos sobre la desmesura en el comer del Emperador Carlos V y sus últimos días en la Comarca de la Vera.

Aunque este pequeño monasterio no contaba con un recetario de la monumentalidad de Guadalupe o Alcántara, la comarca de La Vera producía entonces como ahora todo lo necesario para hacer un buen recetario.

Preguntado en una ocasión a un alemán de los que al servicio del Emperador estaban cuál tierra del mundo de las que había estado le pareció mejor, respondió asi: “Lo mejor del mundo es España, y lo mejor de España La Vera, y lo mejor de La Vera es Jarandilla, y lo mejor de Jarandilla es la bodega de Pedro Acedo de la Berrueza: allí es lo mejor del mundo, y allí quisiera que me enterraran para irme al cielo, porque tiene el mejor vino del mundo (cita incluída en el libro Cocina extremeña de Pedro Plasencia).

Isabel Moro

Fuente foto: Carlos Pino Andújar, vía Wikimedia Commons

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