Trilogía de la corrupción (1/3). La tentación

Olga Alfonso es la autora del primer relato de esta trilogía realizada por tres de los miembros del Taller de Escritura Creativa de Madreselva a propuesta temática. 

Un hombrecillo delgado y de hombros caídos me miró desde detrás de su mesa con una media sonrisa. Tenía cara de buena persona, cara de hombre tranquilo y fiel. Intenté imaginarlo aceptando un soborno y me fue imposible, dudé, y apreté con fuerza el maletín entre mis manos. No obstante tenía que hacerlo, aquel hombre tendría alguna debilidad, o al menos alguna necesidad, algún hijo por el que ser capaz de venderse, o quizá una mujer caprichosa que siempre quisiera más a la que complacer, tal vez padres en apuros, o un hermano que requiriera su ayuda, o quizá ¿quién podía saberlo? Quizá él mismo tuviera un vicio oculto, podía gustarle el juego, o ser un bebedor sin rumbo por las tardes cuando cerraba la puerta de su oficina, o pudiera ser que albergara algún sueño por cumplir al que apelar, y habría alguna forma de convencerle de que él y solo él, se lo merecía. También podía ser un resentido al que siempre han ignorado y ninguneado, un hombre deseoso de ser reconocido, y al que nunca nadie dio ese lugar que él creía le correspondía… todas estas conjeturas rondaban mi cabeza, mientras el hombrecillo me miraba cada vez más interesado. ¡Usted dirá! Repetía de nuevo, mientras unía las yemas de sus dedos y adelantaba la barbilla hacia mí.


- Como le dije el otro día, yo quería…
- Ya le expliqué, señorita, como estaba la situación. No podemos bajo ningún concepto.
- Entiéndame, señor, me gustaría no tener que recurrir a esto pero…


La cara del señor serio se encendió, enrojeció de golpe y se llevó una mano al corazón con gesto asustado. Al instante sus labios se curvaron hacia abajo como una caricatura triste, mientras alargando un finísimo dedo señalaba los billetes que yo había colocado sobre su escritorio. Acto seguido sus ojos se agrandaron tanto que parecía que iban a romperse y la mueca triste enseñó unos dientes amarillos que me hicieron reclinarme hacia atrás.


 

- ¿Pretende usted corromperme?- gritó inclinándose por encima de la mesa y dejando su cara demasiado cerca de la mía. Pero yo seguí con mi juego, ya no podía hacer otra cosa… así que volví a meter mi mano derecha en el maletín y saqué otro fajo de billetes, y otro más, y otro más… hasta que el ceño de mi contendiente se fue alisando… En ese momento supe que estábamos llegando a ese punto, ese punto que había tratado de imaginar minutos antes. Ese punto en el que él vio a su hijo estudiando en América, o a su mujer feliz de llevar un collar de piedras preciosas, o a sus padres en aquella residencia que no podían permitirse, o a él mismo, con un puro en un gran casino de un lujoso hotel, o pensó en aquella vez que lo miraron por encima del hombro y se sintió pequeño habiendo hecho un gran trabajo… estaba llegando ese momento, ese momento que aún nadie a quién me haya dirigido ha conseguido franquear airoso, ese instante de flaqueza que hace pasar a un ser humano por encima de la barrera de la honradez, que le hace olvidar quién era, o quién decía ser.

El señor serio fue curvando sus labios hacia arriba de nuevo y sacó un maletín de debajo de su mesa dándome la impresión de que no era la primera vez que hacía algo así. Abrió su mano delgada y barrió el montón hacia su lado intentando entablar de nuevo una educada conversación entre desconocidos.


Nos dimos la mano y salí de allí. Aú saliéndome con la mía habían vuelto a decepcionarme.

Olga Alfonso

Trilogía de la corrupción:

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