A ritmo de jazz (1/5)

Me llamo Tobías Del Bosque y soy detective privado. No hay nada romántico en ello. Mi vida no es una de esas películas de Hollywood donde un detective defiende causas nobles y se queda con la chica. No, las mujeres ya me han roto el corazón suficientes veces. Tampoco hay causas nobles sino mentiras, engaños, encerronas y jugarretas, todas las miserias de esta cínica sociedad. Basura y despojos. La realidad de nuestras vidas.

Esposas engañadas, empresarios timados, y empresas de seguros que no quieren pagar a sus clientes. El sistema, el maldito sistema. Es como las ciudades en las que vivimos, con sus centros comerciales, teatros, grandes edificios, eso es lo que vemos pero bajo ellas están las cloacas que vacían sus inmundicias, si éstas se atascan todo se llena de mierda. Y ahí entro yo, limpiando las basuras para que todo se mantenga en su lugar. Maldito sistema.

Todo empezó una tarde de invierno. Estaba en mi oficina, cerrada ya a aquella hora del día El escritorio lleno con todos los papeles de aquel caso: un hotel demandado por romper un matrimonio. Aquella mujer  que telefonea al hotel donde se aloja su marido y, al pasarle la llamada a la habitación, le responde la voz de una joven, con lo cual la celosa esposa piensa que es la amante de su marido y decide divorciarse sin más miramientos.

O la mujer está un poco chiflada o el marido es un pájaro de cuidado que aprovecha la más mínima ocasión para ponerle los cuernos.

Y resulta que todo fue un error, que era la camarera del hotel y el marido no estaba en la habitación. ¡Qué bueno!, después de todo los dioses tienen sentido del humor ¡ja!. Pero la esposa no cree esta versión (aunque todo indica que así es como pasó) y persiste en su petición, entonces el marido decide demandar al hotel por romper su matrimonio y un juez lo admite a trámite, y claro, la empresa aseguradora no está dispuesta a cargar con los gastos de una posible indemnización.

Aquí entró yo en el juego, y puedo sacar un buen pellizco. Tengo que encontrar un fallo, un error en todo aquello que anule cualquier responsabilidad.

Tengo allí todos los datos: informes, declaraciones, historiales,… solo tengo que afilar el ingenio y encontrar el punto débil. Pero a estas alturas del día me cuesta concentrarme, necesito un café o un trago de ginebra. Me decido por esto último y me dirijo al mueble bar. Tras dar un trago a aquel asqueroso brebaje que me quema la garganta me siento mejor, enciendo el equipo musical y suena la música.

El sonido del saxo de Charlie Parker inunda la estancia. Menudo pájaro el tal Charlie, un jodido genio, capaz de sacar las más increíbles notas de su saxofón, cada una sostenida el tiempo preciso, ni mucho ni poco, sacándole todo el color posible a cada sonido hasta que se te eriza la piel. Su vida fue un completo desastre: alcohólico y drogadicto desde que era un adolescente, problemas de salud, la muerte de una hija, dos intentos de suicidio … hasta que con treinta y pocos años su corazón no pudo más y colapsó. Pero nada de eso importaba cuando se ponía a tocar, te transporta a otras dimensiones. Y ahí va la trompeta de Dizzy Gillespie, cualquier cosa podía suceder cuando tocaban juntos. Armonías imposibles, melodías entrecruzadas que se confunden. Todo puede pasar en un tema de jazz, la clave es adaptarse al ritmo, como la vida misma, hay que seguir el ritmo o te quedas fuera.

Mi cerebro se va ajustando como la música que escucho y empiezo a pensar en el caso, los ojos cerrados. Hay una pieza en la historia que no encaja, está fuera del ritmo, como un instrumento fuera de compás. Lo voy encajando en mi conciencia, cada declaración, cada detalle.

Vuelvo a los papeles. Sí, allí está. La mujer llamó en horario de trabajo de su marido, ¿por qué?. O ella lo hizo a propósito o el pájaro de su marido la avisó para que lo hiciera. Me inclino por esto último. Él sabía que estaría la camarera…..¡ya te tengo!. Me concentro en la versión del marido como si se tratase de un solo de trompeta, lo medito, entro en su ritmo y lo entiendo: era una trampa para su mujer, y él conocía los celos de su esposa. ¡Maldito pájaro!.

 

Pero de nada sirven las conjeturas, debo probarlo. Le daré tiempo para que cometa un error. Me siento como el saxo que entra en la melodía de la trompeta, adaptándose a su ritmo, introduciendo notas poco a poco hasta que llegue el momento de su solo. Así debo pensar como tú y en algún momento me mostrarás tu punto débil y te cogeré, ese será mi triunfante solo final.

Le doy unos días y comienzo a vigilarle, a la espera de que suceda lo inevitable. Una tarde le veo salir a la calle con gabardina y sombrero. ¿De qué te ocultas?. Algo va a pasar. El frío viento arrastra las hojas en la acera y sujeto mi sombrero para que no se vuele. Le sigo durante unos 10 minutos hasta que se detiene en un cruce de calles, mira su reloj: espera a alguien.

Al poco se dirige hacia una mujer que llega desde el final de la calle, ambos aceleran el paso para encontrarse. ¡Ahí estás!, es la camarera del hotel.

Raudo preparo mi cámara mientras me oculto detrás de un árbol. Ambos se alcanzan y se abrazan, se besan. Enfoco mi cámara hacia ellos y, ajustando el enfoque, oprimo el disparador sacando unas suculentas fotos que me darán un buen dinero.

Ahora yo marcaré el ritmo, las cosas van a cambiar para vosotros. Yo toco la nueva melodía y os tendréis que adaptar a ella, ¿cómo vais a responder?. Me pregunto si os seguiréis queriendo cuando se descubra todo y se esfume vuestro dinero. Estoy seguro de que no. Malditos farsantes.

Todo esto pienso mientras se abrazan y hago las fotos que necesito, claras y explícitas. Mientras me congratulo en mi buen trabajo una fuerte ráfaga de viento se levanta llevándose el sombrero de la camarera y arrastrándolo en mi dirección. Él, rápidamente, sale corriendo tras el sombrero y entonces se fija en mí, cámara en mano. Se detiene un instante sin dejar de mirarme y, entonces, comienza a caminar resueltamente hacia donde yo estoy.

Te veo venir muchacho, ten cuidado. Al llegar a mi altura observo su mirada furiosa, la mandíbula apretada y los puños cerrados. No lo hagas, pienso, pero lo va a hacer.

Lanza su puño derecho hacia mí pero lo esquivo con facilidad y, antes de que se dé cuenta, le he castigado el hígado descargándole un fuerte rodillazo. Inmediatamente le golpeo en la cara con mi poderosa izquierda. Cae al suelo, el rostro pálido y la boca sangrante.

Si no sabes jugar no pidas cartas, pienso, pero si pides cartas tienes que apostar, y tú has perdido esta mano.

Recojo mi cámara mientras la chica se acerca corriendo hacia él. Se quita el pañuelo del cuello y limpia la sangre del labio partido de su hombre.

No es nada le digo, se recuperará enseguida.

Mis palabras la tranquilizan mientras sigue abrazada a él. Veo la preocupación en su rostro y unas lágrimas en sus tiernos ojos negros. Él también la mira abatido. Me doy cuenta de que están enamorados de verdad, no como otras parejas que solo lo fingen. Lo veo claramente en su manera de mirarse, desconsolados pero con sincero afecto.

¡Maldita sea!. Esto me descoloca y me doy cuenta de lo que se empieza a mover en mi interior. Me digo a mí mismo No entres en ese terreno o te arrepentirás.

Demasiado tarde.

Al carajo grito mientras, enfadado conmigo mismo, me doy la vuelta y me alejo dejándolos en el suelo, como dos pajarillos indefensos.

Nunca serás un detective con éxito si pones el corazón por delante de la cabeza me digo a mí mismo ¿Es que no vas a aprender nunca”. La ira hacia mi debilidad abrasa mis mejillas y mi frente, aprieto los puños con rabia, tanto que casi rompo la cámara en mi mano.

Sin pensarlo dos veces abro la cámara, saco el carrete y lo arrojo a un cubo de basura a mi paso.

Qué demonios, quizás ellos puedan ser felices. ¿Qué puedo hacer si veo que lo suyo es verdadero? ¿ignorarlo?, sería como escuchar a Charlie Parker y pretender no hacerle caso por pensar que se trata de un desgraciado borracho drogadicto. ¡ Imposible !.

¡Maldito sistema, que te zurzan!.

Raúl Martínez

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