Entrevista con Miguel Murillo

Nacido en Badajoz, Miguel Murillo dramaturgo, haciendo una aproximación a su obra, inició su trayectoria artística en el teatro independiente durante el tardofranquismo y se ha ido labrando una obra reflexiva, crítica y poética. Nos atiende en su despacho de director del pacense Teatro López de Ayala para comentar con él su lenguaje escénico y sus impresiones sobre el mundo teatral, ideas que compartirá con todos nosotros el próximo 16 de febrero como invitado al ciclo Labor(arte) organizado por el Seminario Humanístico de Zafra.

Tu teatro es realista y de hecho todos los argumentos de tus obras están basados en hechos reales, demostrando así que la realidad supera a la ficción pero desde el lenguaje artístico ¿a qué grado de destilación expones la realidad en tus obras?

Yo no definiría exactamente como realista a mi teatro. Es cierto que la realidad o parte de ella están en la base de esas creaciones. Pero se trata de una realidad que ha sido sometida a un tratamiento poético, a una acción en la que sueños, interpretaciones, conflictos…se mezclan. Por ejemplo, en mi obra “Las maestras” el planteamiento a primera vista podría parecer realista: una escuela, una sala de profesores, tres maestras preparando una reunión…un hecho, un suceso que sacude a la comunidad escolar. Visto así, se puede definir como realista la obra o como se suele decir “basada en hechos reales”. Mera ilusión óptica, por hacer tópico, no es nada como parece. Cada una de esas tres maestras hablan desde su interior, unos interiores ocupados por fantasmas, por mundos que difícilmente pueden aflorar en una reunión escolar…De hecho, no asistimos a la reunión y, además, jamás podremos saber si esa reunión ocurrió, si ocurrieron los hechos o, sencillamente, todo es un reflejo, una proyección del alma de las tres mujeres y, por ende, del alma de la que no está y es protagonista de la función, la maestra que se opone totalmente a los métodos y, ante todo, a la podredumbre de esos interiores. En definitiva, es una realidad digerida, procesada, y destilada gota a gota desde mi interior o, lo que es lo mismo, contaminada por mi interior, vestida con mi poética y expuesta en la escena. Y es precisamente en la escena donde se completa el proceso creativo que puede acercar datos de la realidad, destilarlos en mi interior, encarnarlos no sólo en la interpretación de los actores y actrices sino en su dimensión espacial (visión escenográfica) temporal, estética etc, y, lo fundamental, incorporarse a las emociones del público que de forma individual darán forma o darán su visión a lo que yo les planteo.

La mayoría de tus obras mezclan ágilmente el drama y la comedia. Drama o comedia ¿en qué registro te sientes más cómodo escribiendo teatro?

Ahora mismo no sabría qué responder. No se trata de plantarse ante la máquina de escribir o la pluma y decidir que lo que uno va a exponer será drama o comedia. Aunque en los encargos, terribles encargos y necesarios encargos, es lo que se marca: “Escríbeme una comedia (por lo bajo te dicen…”es lo que se vende hoy”) o, - cada vez menos-, escríbenos un drama ( o tragedia si es para el Festival de Mérida (y por lo bajini te dicen,,,”pero el año que viene presento una comedia que es lo que se vende hoy”)” Y te tienes que poner a escribir lo que te piden. Pero está el otro aspecto, el personal, el que brota de uno sin que nadie te encargue nada. Y ahí dependo de muchos factores. Hay etapas en las que el mundo, a pesar de su lado cruel y oscuro, me parece cargado de absurdo, de un humor que preside hasta funerales y a la hora de escribir abordo los temas con esa mueca. Y surgen, por ejemplo, condenados a muerte que enseñan a boxear a sus carceleros (“Armengol”) o adoradores de ratas muertas a las que llaman inmaculadas (“Retablo”) o héroes envejecidos que muestran sus glorias ajadas y añejas en circos de provincias ”Hércules”) Y hay otros momentos en los que lo absurdo del mundo, o de mí mismo, lo que parece ser sonrisa y felicidad, se me escapa de mis dedos como trágicas historias.

Tus primeras obras mediados los 70 denuncian abiertamente los convencionalismos sociales y la violencia, uniéndote al síntoma socio-político y cultural de la transición española por aquellos años mientras que te has ido inclinando hacia una postura más intimista en tus últimas obras (en El ángel de la luz por ejemplo, de raíz simbolista)  ¿adviertes en tu trayectoria artística una inclinación hacia elementos irracionales de la persona en tu dramaturgia?

Los que iniciamos nuestra carrera en la dictadura y en la pretransición nos encontramos con un “arma cargada de futuro” como decía Celaya de la poesía, que era el teatro. Recuerdo un teatro de la oportunidad, escrito de un día para otro y desde un hecho que nos conmoviese, teatro de urgencia para combatir la falta de libertad, para poder expresar nuestra discrepancia, para sobrevivir, en suma, a la falta de aire, de atmósfera cultural y en la clandestinidad. Mis obras se escribieron en ese sentido y desde luego pertenecen al movimiento teatral, llamado “independiente” no sé por qué, en el que nos encuadrábamos todos, actores, compañías, autores…Cuando llegó la democracia a España tuvimos que hacer un ejercicio de reflexión y adoptar algunas actitudes para darnos cuenta de que el teatro también tiene que existir en libertad, que en las democracias, en países sin memoria de dictaduras el teatro existía y tenía algo más que decir, y que había una lucha permanente centrada en el ser humano que el teatro no podía eludir. Muchos autores, y hay nombres conocidos y cercanos, no asimilaron esa realidad y su teatro quedó anclado en aquellos conflictos, en aquella atmósfera que para nada tenía que ver con la realidad española. En mi proceso de maduración y alejamiento de aquellos impulsos primeros, soy consciente de haberme inclinado hacia posturas más intimistas, lo que puede ser un enorme error a la hora de centrar al hombre como referencia para crear teatro (hay o ha habido una corriente teatral en España que, una vez abandonado el tono predemocrático, a la hora de abordar la problemática humana derivó hacia un teatro psicologista que vació las salas de teatro y cuyas claves sólo conocían los autores) Espero que el público no se canse de contemplar esos elementos irracionales o simbólicos de mi teatro.  

Tú has podido contemplar el desarrollo del teatro extremeño desde aquellos primeros grupos independientes prácticamente subterráneos de los años 70 a la formación de compañías (estables o no) durante los 80 hasta las salas alternativas que actualmente coexisten con las sedes oficiales en diversas poblaciones extremeñas, ¿cómo has percibido ese desarrollo de la red teatral en Extremadura y cuál será el próximo paso?

Hablar de teatro extremeño antes de los años ochenta es hablar de un grupo de personas empeñadas en hacer teatro y abocados al simple nivel de la afición, un poco de compromiso político, bastante de snobismo o rebeldía juvenil , y también de rigor literario, ganas de acabar con la caspa oficial, deseo de traer a estas tierras creaciones de otras realidades, y sobre todo, poseídas por un espíritu de lucha contra viento y marea que merecía mejores finales. Se podría escribir una antología de finales, de formas de acabar muchas carreras teatrales en Extremadura, de verdaderos genios de la interpretación o la dirección o la escritura que se disiparon y finalizaron sus recorridos de forma injusta. En los ochenta cuando Extremadura estrena su autonomía son los políticos, motivados por muchos de los que sobrevivieron a esos finales y querían demostrar que la profesión teatral debía tener sitio en nuestras aspiraciones culturales, quienes dan el paso adelante. Yo recuerdo aquellas reuniones con Rodríguez Ibarra y sus asesores culturales en la Finca La Orden en las que actores, actrices, autores, directores…”teatreros” exponíamos sin mordaza alguna nuestras reivindicaciones. Entonces nació el teatro profesional extremeño. Se regularon las compañías, nacieron las empresas teatrales, se diseñó la Red de Teatros, se abordó el Festival de Mérida, … y se dedicó algo esencial: presupuestos. Pocos años después se aborda la creación de Espacios Escénicos, con el emblemático proyecto de rehabilitación tras su adquisición como teatro público del López de Ayala de Badajoz, o el Gran Teatro de Cáceres que con sus Consorcios asentaba las primeras programaciones estables en teatros extremeños y llevan más de veinte años. Paralelamente, hemos visto cómo algunas compañías profesionales abandonaron por causas siempre relacionadas con las crisis económicas, pero otras muchas empezaron a hacer normal estrenar en Madrid, girar por España, salir a América Latina o Europa, ganar premios (y nuestros dramaturgos también, con las obtenciones de Premios como el Lope de Vega) y consolidarse en un Festival como el de Mérida, donde muchos de los grandes éxitos vienen firmados por compañías de Extremadura que tienen puesto en la programación, ganado por derecho propio. Y la creación de la Escuela de Arte Dramático como cantera de actores y directores es, al mismo tiempo, logro del pasado y futuro que hace treinta años jamás podríamos haber imaginado. El futuro está ahí delante. El futuro son nuestros profesionales, nuestras compañías, y nuestros responsables de administrar la cultura. Un día se conjugaron todos estos elementos y los resultados son los que son.

Te recuerdo el eterno problema sobre la naturaleza del teatro: ¿planteas  el teatro como espectáculo o como ritual de la comunidad? En este sentido puedes (y debes) hablarnos desde tu faceta de dramaturgo y desde tu cargo de director del Teatro López de Ayala, quiero decir que, en este último caso, ¿tienes en cuenta los dos planteamientos referidos para programar la temporada en Badajoz?

El teatro es, al mismo tiempo, espectáculo y ritual. Otra cosa no sería teatro. El eterno dilema sobre la función del teatro se puede esclarecer analizando la palabra “divertir”. Popularmente se confunde diversión con carencia de contenido, con ligereza, con humor, con pasar el tiempo de ocio, con la parte espectacular, etc. Y, equivocadamente, se diferencia otro tipo de teatro (no divertido) que en su ritual apuesta por contenidos más densos, casi con ceremonia iniciática y códigos o claves a las que muy pocas personas pueden acceder. Es un enorme error. El teatro, sea tragedia o comedia tiene que ser divertido, tiene que divertir en el sentido de la definición: alejar, entretener, ocupar el alma, interesar. Creo que toda obra de arte debe ser divertida. Si no tiene la capacidad de interesar o conmover, será lo que sea pero no será arte. El teatro nace para dirigirse al público y es absurdo pretender hacer un teatro para unos pocos (tentación en la que hemos caído cuando pecábamos de juventud y altanería y pensábamos que eran más importantes las barbas de Valle que lo que contaba Valle). Otra cosa es la posibilidad de acceder que ese público tenga. Es absurdo escribir un libro de poemas y darlo a un colectivo analfabeto, jamás podrán acceder a las emociones que desatan esos poemas. Y aún así, con los poemas, si alguien los lee a esa comunidad, por muy analfabetos que sean, se conmocionarán. Federico García Lorca con la Barraca y su periplo por la España profunda nos demostró el poder del teatro al enfrentarse al público, a públicos por desgracia alejados de las letras, sin alfabetizar, sin costumbre de asistir a representaciones. En aquellos pueblos se pudo comprobar la naturaleza del teatro y su función de ritual de comunidad. Yo dirijo un teatro público, un teatro sostenido por toda la comunidad y a la hora de programar la temporada tengo que tener en cuenta a todos y cada uno de los miembros de esa comunidad. Evidentemente, procuro que en mis programaciones no se adivinen mis gustos personales, ni teatrales ni musicales, porque sería inmoral valerse de un teatro para degustar únicamente lo que me apetece. Pero eso no significa que haya que estar haciendo concesiones a lo más fácil (llenar el López de Ayala con monólogos de humor es fácil, y para las arcas del teatro es necesario, pero conmover con un espectáculo de danza contemporánea, o con un montaje teatral también es necesario) La fórmula es muy sencilla y siempre ha dado excelentes resultados: programar buen teatro, ahí no se falla nunca, jamás una obra de teatro bien hecha ha defraudado. Otra cosa es el nivel de asistencia, la influencia de la televisión a la hora de atraer con figuras conocidas, la competencia del fútbol que secuestra espectadores un día sí y otro no…y tantos factores que se unen para vaciar los teatros. Pero si diez, doscientos o setecientos espectadores contemplan una buena obra de teatro hecha con calidad, hay un éxito que siempre acontece: la conmoción.

José Juan Martínez Bueso

 

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