Casa Grande

Historias de la frontera

La historia se engarza en la biografía del portugués Manuel Alentejo (y viceceversa) creando un relato donde todo acaba siendo realidad desde la  propia vida del autor en un filtro literario significativo de la Raya Portuguesa, un territorio fronterizo donde la identidad se difumina en torno a un horizonte común.  

Cuando, caminando por la calle Sevilla, paso en frente de la Casa Grande a menudo me acude a la memoria recuerdos desencontrados, sugeridos por el nombre de la placa que, a un lado de la puerta principal, nos informa sobre uno de sus antiguos moradores: el Príncipe Juan José de Austria.

Cuánta gente se habrá preguntado qué hacía en Zafra, durante casi 4 años, tan ilustre personaje, hijo de rey, Gran Capitán del ejército español en Flandes y primer ministro, por poco tiempo, durante el reinado de su hermanastro Carlos II.

Entonces me acuerdo que, viviendo todavía en Portugal, en Monforte (Alentejo), mi profesor de primaria encendido de fervoroso patriotismo, nos hablaba sobre la heroicidad de los valerosos soldados portugueses y la estrategia astuta de sus mandos para vencer a este ilustre militar español en innúmeras batallas a lo largo del Alentejo rayano. Mi pueblo formaba parte de una segunda línea de defensa de la raya que, desde Évora a Portalegre, fue palco principal a la que en Portugal se llamó Guerra de la Restauración. Fueron 27 años de conflicto enconado, entre los cuales el príncipe bastardo fue uno de los principales actores, por supuesto el malo, según mi profesor.

Para rematar la perorata patriótica nos llamaba la atención sobre el estado en que habían dejado el castillo del pueblo, mandado destruir por el ilustre Capitán General de la Conquista del Reino de Portugal. 

En este título concedido por su padre Felipe IV iba incluida la tarea que no pudo llevar a buen término, como  comunicaba a su rey en dramática carta, sobre la pesada derrota de Ameixial (cerca de Estremoz), con cerca de diez mil bajas entre muertos y prisioneros:   … Fácilmente creerá Vuestra Majestad que prefería haber muerto mil veces que verme obligado a decir a V.M. que nuestros ejércitos fueron infamemente derrotados por el enemigo.

Contrariamente a lo que sería de pensar, el hecho de la destrucción del castillo de mi pueblo por los soldados españoles no nos enojaba en absoluto, pues sobre el erial que habían dejado, compactado por el paso del tiempo durante tres siglos, ahora podíamos jugar entusiásticamente al fútbol en amenas tardes después de salir de la escuela. Al final va a ser verdad eso de que  no hay mal que por bien no venga.

Viviendo ya en Zafra fui recogiendo y acumulando información sobre esta guerra tan cruenta para los dos bandos y una noche soñé que estaba discutiendo todos estos eventos con mi profesor. Llegamos a una conclusión. ¿Queréis saber cuál?

Otro día lo contaré porque hoy no dispongo de más espacio para continuar.

Foto: Júlio Reis

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