La dehesa, formación vegetal de origen antrópico, esto es, producida y mantenida (por sorprendente que parezca) gracias a la mano del hombre, tiene su origen en prácticas culturales milenarias, fundamentalmente en el uso del fuego, ya abandonado (o al menos legalmente), en el pastoreo extensivo de ganado de cerda y ganado ovino trashumante, y en el laboreo por hojas, es decir, labrando cada 5-6 años o más, según la calidad del suelo de la parcela en cuestión, y las veces que se pone en rotación.

Estas prácticas culturales, extensivas y sostenibles, se mantuvieron durante años por ser la forma más rentable de explotación de unas tierras pobres, al ser suelos habitualmente ácidos, con escasa materia orgánica y profundidad, y en un medio con climatología hostil, donde el hombre no tenía capacidad de intensificar las producciones, principalmente por la falta de maquinaria pesada y cereal para el ganado en el estío.

Esta larga existencia temporal de las dehesas avalan sin ningún género de dudas este modelo de gestión sostenible y plástico, importantísimo concepto, en cuanto que las dehesas proporcionaban distintos bienes, atendiendo a las cambiantes necesidades de la sociedad.

Hoy, estas prácticas culturales de carácter extensivo se han abandonado, intensificando los usos y producciones.

Así, se ha desembocado en el cambio en la cabaña ganadera de ovino trashumante a vacuno estante (o estabulado), debido a la falta de mano de obra y al aumento desmedido de la cabaña ganadera en nuestros campos (origen principal del primer y fundamental problema de este ecosistema, esto es, la falta de regenerado).

Pues bien, todo ello inducido, entre otras cuestiones, por una política agraria comunitaria no adaptada a las necesidades de este paisaje y una equivocada explotación ganadera que busca gestionar (a veces de forma antieconómica) 

la mayor cabaña que sea posible dentro de una finca, intentando maximizar así las rentas, impiden que el regenerado prospere. De igual forma, el laboreo intensivo con maquinaria pesada impide el arraigo de nuevas plantas.

Este regenerado (plantas jóvenes de pequeño porte muy sensibles al herbivorismo y laboreo) es el futuro de la dehesa, más cuando el arbolado existente en la actualidad está en su mayor parte envejecido, estando ya en la parte final de su ciclo vital..

En cuanto a este arbolado adulto existente, proliferan las enfermedades y plagas, inducidas por una mala praxis forestal consistente, entre otras, en podar de forma abusiva que, en Extremadura es una práctica generalizada. De esta forma, acortamos la vida del envejecido arbolado adulto.

Con todo (y mucho más que nos queda por decir) el futuro de la dehesa es harto incierto.

Un cambio en la política agraria comunitaria más adaptada a estos espacios únicos en Europa, la tecnificación de todos los entes implicados en la gestión de estos espacios (podadores, sacadores de corcho, ganaderos, etc..), el cooperativismo para poder producir y comercializar de forma eficiente las producciones de calidad que son propias de la dehesa (retinto, cerdo ibérico de bellota, cordero, carnes de caza, etc.) y la apuesta, de nuevo, por la multifuncionalidad (caza, turismo) junto a otros aprovechamientos diversos (setas, espárragos, apicultura, etc..) ... Todo ello junto puede formar parte de la solución.

Solución que debe buscar la sociedad entera, cada uno en su ámbito (políticos, técnicos y gestores de fincas, consumidores, etc.).

Si bien, vista la actual y previsible situación futura, no parece estar especialmente interesada y todo señala que a la dehesa le espera un futuro incierto.

Mario Martínez Bueso

Fuente foto: Mario M Bueso

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