Ocho apellidos vascos. La paz celebrada

El doctor en filosofía Miguel Manzanera interpreta el éxito del reciente largometraje Ocho apellidos vascos fundamentándolo en el sentido autoparódico del pueblo español y sobre todo como síntoma del nuevo clima político que se respira en España y especialmente en Euskadi

La película de Emilio Martínez-Lázaro, Ocho apellidos vascos, ha constituido un éxito rotundo de público y de taquilla.  A mediados de abril ya era la película más vista de la historia dentro del Estado español con 6,8 millones de espectadores, según Wikipedia, y ha conseguido una recaudación de más de 50 millones de euros, según el periódico económico Expansión, batiendo todos los récords de taquilla. El buen hacer de los actores, y una factura bien acabada, ofrecen un producto que vale más por lo que simboliza que por su verosimilitud.

Se trata de una comedia divertida y oportuna, que ha hecho reír con ganas a los habitantes de la península ibérica, tanto en el norte y como en el sur, porque ha sabido banalizar los tópicos y prejuicios, que enturbian la convivencia pacífica en la geografía peninsular enfrentando a unos pueblos con otros.  Con un ritmo trepidante de comedia americana a lo Willy Wilder –que ya supo manejar tan bien Almodóvar en nuestros lares-, basando su humor en el reconocimiento de los equívocos y disparates que nacen del malentendido cultural, Ocho apellidos vascos ha sabido cautivar al sufrido público español, que tuvo que padecer durante décadas el azote de la guerra de los vascos contra la monarquía borbónica. 

La clave del éxito de público debemos buscarlo, por tanto, en el final de la lucha armada en Euskadi, que seguramente ha constituido, entre tantas desgracias que nos han caído encima, el mayor éxito político del último lustro dentro del estado español.  Los vascos han dejado de guerrear sin renunciar a la independencia, que intentarán conseguir ahora por la vía pacífica. 

 Esa buena noticia es la que hemos celebrado los ciudadanos con esta película, asistiendo en masa a los cines.  Hemos dado la bienvenida al final del terrorismo echando unas risas que nos reconcilian con nosotros mismos.

El que no se consuela es porque no quiere.  Justamente en este momento de crisis económica, política y social, cuando tantos problemas de convivencia necesitan ser resueltos, la guerra del norte ha dejado de ser una preocupación para los habitantes de la piel de toro. De ahí la importancia de esta comedia, que haciéndonos reír de nuestros diablos interiores, nos libera de aquellos recuerdos amargos.  Pues la capacidad de reírse de uno mismo es un síntoma de madurez y racionalidad, ayuda a resolver los conflictos y a presentar una cara más amable y dialogante frente a los demás.

Reírse de las propias limitaciones, lo que han hecho los vascos con esta película, nos ayudará a restañar las heridas del conflicto, culminando de ese modo una de las maniobras políticas más extraordinarias de los últimos tiempos.  Esta película se inserta en la mejor tradición de la cultura peninsular, la del Quijote de Cervantes y las revistas satíricas que en los años de la censura franquista constituían la válvula de escape para la amargura de aquel país postrado por la posguerra.  Los españoles de todas las latitudes nos hemos reído a gusto de los estereotipos y prejuicios, que fomentan la incomunicación entre los pueblos peninsulares, y con ello hemos fortalecido nuestra capacidad de entendernos, tan necesaria ante las difíciles tareas que la historia nos ha puesto por delante.

 

Miguel Manzanera

Fuente foto: Vinividivinvi

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