David Muñoz

El relato de David Muñoz consiguió Mención en el IV Concurso de Relatos Breves organizado por la Biblioteca Pública de Los Santos de Maimona

Doce personas habían estado observando la escena, Pablo se había resbalado con un líquido espeso y asqueroso que puso antes María con sus amigos.

Pablo avergonzado por su situación, a cuatro patas, manchado de una especie de aceite, se planteó seriamente el dejar esto de las bromas absurdas.

Una chica de 2º se la había jugado ¡a él!...uno de 4º

Sólo tenía dos opciones, o bien se la devolvía, o bien dejaba esto ya…ya tenía una edad.

Intentó levantarse, sus manos eran demasiado torpes para esto, cayó definitivamente en el líquido manchándose la cara mientras recordaba lo que le decía su tío, con el que vivía.

Recordaba la extraña “leyenda” que su tío le contó sobre la muerte de sus padres, la inmensa casa fría donde vive con él, los múltiples insultos que su tío le decía sentado en su sillón frente a la chimenea, carraspeando, siempre carraspeando.

Fumaba mucho, parecía que algún día echaría las tripas por la boca mientras se golpeaba el pecho, y en parte lo deseaba.

Su tío le obligaba a cortar la leña con el cuchillo del pescado, aún costándole con la sierra, le adoctrinó en miles de cosas, aunque si se daba cuenta es que no estaba enteramente influenciado, ya estaba arto de su tío Tom.

Pablo se levantó emocionado mientras que todos los demás se reían, aunque a algunos les empezó a dar pena. Estaba a segunda hora en los pasillos, se fue rápidamente con las ropas manchadas, pero sin correr, muy seguro de sí mismo y de lo que iba a hacer.

Tenía suerte, no había nadie en la puerta.

Llegó a su barrio, si se le puede llamar a 4 casas mal puestas y a una carretera de tierra un barrio.

Pablo fue por detrás de la casa, al taller, la puerta estaba abierta y desde allí se escuchaba la televisión y la forzosa respiración de su tío.

Pablo cogió la llave inglesa que estaba junto al coche olvidado sin ruedas, bajó al sótano y cogió el veneno de ratas. Subió sigilosamente empapado con una llave inglesa en la derecha y matarratas en la izquierda.

Eran las 12:20 y sabía que su tío era puntual así que echo el matarratas en la botella de agua y se escondió en la escalera que bajaba al taller.

Su tío debía de tomarse la pastilla para su enfermedad, Tom se reincorporó torpemente del sillón y fue a por su pastilla. Pablo no quería matarle, sólo aligerar el proceso, creía que su cáncer junto con esto le ayudaría a ello.

Tom bebió y se extrañó por el sabor, empezó a toser, a escupir sangre, parecía que casi no podía respirar,

Pablo se fue corriendo.

 

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