Insurgencia cultural: Para destruir una nación, antes que atacar su economía hay que acabar con su cultura

Se abre la programación artística del año 2015 en la Sala Guirigai con INSURGENCIA CULTURAL: Emanaciones estéticas en la insurgencia cívica, una muestra de Nacho Vilaplana comisariada por José Iglesias García-Arenal

Emanaciones estéticas en la Sala Guirigai 

 José Iglesias García-Arenal

 Tras las exposiciones de Rafa Jiménez, Azahara Cerezo, Demetrio Salces, Mercedes Pimiento, Alexander Calderón, Nano Orte y la pareja artística Fuentesal y Arenillas el próximo 23 de enero se inaugura en la Sala Guirigai la primera exposición del año 2015, INSURGENCIA CULTURAL: Emanaciones estéticas en la insurgencia cívica, de Nacho Vilaplana.

Los trabajos que se mostrarán en la sala funcionan en un delicado equilibrio entre documentación de los conflictos sociales de Ucrania, y lo que Vilaplana llama emanaciones estéticas: objetos materiales que dentro de la lucha política transcienden el plano práctico y se convierten en objetos simbólicos.

Un ejemplo de esto es el adoquín alrededor del cual pivota toda la muestra. En origen este adoquín formaba parte del pavimento de la Plaza de la Independencia de Kiev (Maidan), bastión de las revoluciones populares que se han dado en Ucrania en los últimos diez años; este adoquín fue extraído del suelo para ser utilizado como elemento ofensivo al lanzarlo o defensivo al formar parte de las barricadas. El momento en que deviene un elemento estético es cuando los adoquines arrancados se reciclan para forman frágiles hornacinas adornadas con flores que recogen fotografías de los revolucionarios fallecidos.

Otro ejemplo surge a partir de los dispositivos de grabación portátiles: los smartphones. Desde la Primavera Árabe las luchas sociales han utilizado los móviles para documentar desde dentro cada detalle de lo que sucede, quitándole fuerza a las cámaras televisivas o las grabaciones militares. Se sustituye la imagen oficial de alta definición por una miríada de pequeños ojos que crean una gran narrativa múltiple. Las imágenes Históricas ya no surgen como una reinterpretación de lo sucedido desde una posición privilegiada y alejada del núcleo de la acción, si no que en el mismo instante en que algo sucede el individuo-actor lo narra en primera persona.

Estas emanaciones estéticas pueden ser leídas como la conclusión de la lucha de las vanguardias artísticas del s.XX por una democratización del arte. Hay que recordar el cada hombre es un artista de Joseph Beuys y su escultura social para la Documenta de Kassel de 1970: Oficina Política Permanente de la Organización para la Democracia Directa a través del Plebiscito; aunque quizá estemos más cerca de las prácticas situacionistas francesas que abogaban por una disolución de la autoría y leían el arte y la política como una lucha por controlar los medios de producción de imágenes y significados.

Las obras de Nacho Vilaplana surgen de una lluvia de signos culturales, apropiándose de algunos para crear nuevos significados. INSURGENCIA CULTURAL nace de la estancia de Vilaplana en Kiev, pero cobra sentido cuando traduce los símbolos ucranianos al contexto español y nos invita a utilizarlos en una defensa de nuestra cultura. Como reza uno de sus trabajos en forma de gran pancarta: PARA DESTRUIR UNA NACIÓN, ANTES QUE ATACAR SU ECONOMÍA, HAY QUE ACABAR CON SU CULTURA.

Emanaciones estéticas en la insurgencia cívica

Nacho Vilaplana

La producción artística y cultural que es distribuída por los canales de difusión a nivel global se transformado en un elemento capitalizable sometido a intereses exclusivamente de mercado, que se ha institucionalizado como una herramienta de poder por encima de las entidades políticas y sociales. Consecuentemente se inicia un proceso de distorsión de las culturas locales que influye en el de­sarrollo de la sociedad. Ante esta situación de barbarización cultural, los valo­res culturales de una sociedad, impregnando todos los aspectos cotidianos de funcionamiento y organización de ésta, actúan como fuerza de choque ante la intención subyugante, sea de los poderes del estado al servicio del capitalismo cultural o a merced de las organizaciones que pretenden controlarlo. Las revolu­ciones contemporáneas están demostrando que no solamente el factor político es necesario para mover a la sociedad civil, sino que ésta necesita reafirmar su identidad cultural como justificante de sus acciones.

El director Juri Illienko afirma que el llamado libre Estado Ucraniano se ha convertido en una farsa controlada por un poder corrompido, burocratizado y dominado por la mafia. El enemigo de la cultura es este sistema que la ve como un peligro. Para ase­gurarse el poder, este estado necesita destruir la cultura -antes que la economía-. La colonización de instituciones extranjeras en el medio cultural está encaminada a eliminar las almas de las personas, el espíritu de la nación y la nación misma. Esta realidad tan clarividentemente descrita por Illienko es aplicable en todo Occidente.

La confrontación entre poder y ciudadanía genera emanaciones estéticas. Los medios de captura audiovisual de los que hoy dispone la sociedad ejercen la función de registro histórico, función que antaño ejercían los cronistas, perio­distas o artistas. Estas emanaciones son fruto de las acciones de los individuos, pero también del modo en que estas son salvadas y registradas a fin de colec­cionar un testamento audiovisual. El carácter iconográfico de estos registros proporciona visualidad y materialidad a las ideas que los inspiraron, y como tales serán coherentes formal y estéticamente a los valores panculturales que inician estas acciones. Ya no es necesario re-interpretar el pasado histórico como hizo Eisenstein al rodar Octubre; el artista se convierte en el editor de las narrativas que pueden componerse desde el horror al que accedemos a partir de la subjetividad de los actuantes de la revolución.

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