40 años detrás de los pájaros

Francisco Gragera repasa la situación medioambiental desde su experiencia como naturalista

17 de noviembre de 1974. Almendralejo (Badajoz). 11: 20 horas. Cielo despejado con sol fuera. Bando de 15 grullas comunes con dirección sur, en forma de triángulo, a unos 60 metros de altura.

Así de escueta fue la primera anotación que realicé. Nunca supuse que anotar todo lo relacionado con los pájaros acabaría transformándose en un auténtico vicio.

Cuando comencé, la naturaleza en la provincia de Badajoz aún rebosaba de vida y como muestra de ello sirven las siguientes citas. El 15 de noviembre de 1980, en los páramos de la Sierra del Castellar, en Zafra, localicé a una tarabilla común, una curruca rabilarga, una curruca cabecinegra y dos mosquiteros comunes posados en una raquítica aulaga. Más sorprendente aún: el 2 de mayo de 1981, a orillas del río Ardila, en Fregenal de la Sierra, había tres abejarucos, dos estorninos negros, una carraca, una tórtola común y un triguero posados en las ramas de una adelfa. ¡Ocho aves de cinco especies diferentes compartiendo la misma sombra!

La extraordinaria abundancia de pájaros de tamaño medio y pequeño contrastaba con la escasez de aves de presa diurnas que, salvo primillas, cernícalos, aguiluchos cenizos, ratoneros y milanos negros, se observaban de higos a brevas. La delicada situación que padecían las aves de presa ibéricas , en especial los buitres y las grandes águilas, se debía a la caza indiscriminada, aparte del uso del veneno que no fue prohibido hasta 1983.

En Pallares recogimos en marzo de 1984 a un milano real que presentaba fractura de un ala a causa de un disparo de arma de fuego; el ejemplar estaba anillado y procedía de la antigua República Democrática Alemana.  Si extrapolamos los datos obtenidos en la pequeña aldea de Pallares a escala nacional no resulta descabellada la estima de 50.000 rapaces cazadas anualmente en aquella época. Es evidente que la prohibición de la caza decretada en 1966 quedó en papel mojado. 

La animadversión que sentían los habitantes rurales por las rapaces y los carnívoros afectó también a una recién llegada, la garcilla bueyera y a un resucitado, el meloncillo. Hasta 1985 ningún paisano recordaba haber visto picabueyes por la comarca de Zafra y como todo lo novedoso, enseguida levantó recelo. Su número aumentó de manera espectacular y se alzaron voces advirtiendo de que eran un peligro para la perdiz roja porque se alimentaban casi exclusivamente de perdigones, un hecho que no podemos descartar pero que evidenciaba la falta de información. Si querían ver dónde encontraba comida tanta garcilla sólo tenían que darse una vuelta por el basurero municipal de Zafra.                                                                                                                                                                                                                                                       La lectura del medio centenar de cuadernos de campo que atesoro nos hace reflexionar de lo mucho que ha cambiado el panorama medioambiental en nuestra comarca. Los antaño abundantísimos pájaros se han ido volviendo más escasos a medida que se transformaban los métodos de cultivo y se generalizaba el empleo de insecticidas, herbicidas y otros agentes químicos. Las tórtolas comunes, las populares rulas, que se encontraban por doquier han sido sustituidas por las tórtolas turcas; de las perdices serranas, ni se sabe; de los mochuelos y las abubillas que ocupaban los troncos huecos de los olivos apenas quedan algunos. Y del conejo prefiero no hablar, porque de estar considerado una auténtica plaga para los cultivos pasó a convertirse en un animal escaso, diezmado por las sucesivas plagas.

Tan sólo las especies más emblemáticas, como la avutarda, el águila imperial y el buitre negro han conseguido escapar de las garras de la extinción a base del trabajo de muchos científicos y de personas anónimas, sumado a la inversión de grandes sumas de dinero.

Algo falla en el campo cuando es necesario aportar alimentación suplementaria a las últimas parejas de grandes águilas para garantizar su futura conservación.

Francisco Gragera

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