El uso de la bicicleta, por ocio o por negocio, tradicional en toda Europa, se está incorporando desde hace unos años en España como nuevo planteamiento de transporte y vida sostenible en las ciudades.
Tras los avatares de su azarosa existencia, esta máquina animal ya, por fin, ha sido domesticada. Su mansedumbre ha costado dos siglos, pero no sólo por los pequeños, difíciles e ingeniosos avances técnicos que ha tenido que ir incorporando desde su nacimiento, sino más bien por cuestiones sociales y elitistas que aún, hoy en día, torpedean un mayor uso de la ‘bici’ en sociedades como la extremeña.
Nació allá por el año 1790 en Francia como un juguete para niños ricos, pero sólo fue a finales de los años 1880 cuando, por fin, el francés Guilmet le incorporó una transmisión (plato y piñón) para convertirla en un auténtico vehículo. Muy pronto, en plena era industrial, las clases obreras de Europa ( antiguos campesinos), confiaron en ella, tal y como lo habían hecho anteriormente en sus mulos, asnos y caballos.
A fecha de hoy, la bici sólo es y sigue siendo, para muchos, un recuerdo de la más tierna infancia donde una bici era el mejor de los juguetes (ni siquiera digo la bici ya que para algunos siempre fue un eterno deseo infantil). Para otros, su uso se extiende al pedaleo por caminos polvorientos o carreteras secundarias donde poder escapar de la obesa rutina del hombre “Macdonalizado”.
Pero en estos tiempos, el protagonismo de la bici es de miles de ciudadanos, que también han confiado en ella y han visto otra manera de poder vivir, desplazarse y sentir. Ya se habla de bici “REVOLUTION” pero, como siempre, no en Extremadura.
En Barcelona, Sevilla, San Sebastián, San Francisco (a pesar de sus cuestas), Londres, Vitoria o Nantes ( Premio Ciudades Verdes de Europa 2012-2013) autoridades y ciudadanos han apostado firmemente por una ciudad sostenible, donde a diario estos nuevos seres urbanos pueden sentir el latir de la ciudad tras cada pedalada.
Por fin, conscientes del aire que respiran y de todo lo que les une y comparten, gozando de esta metamorfosis al más puro estilo animal y kafkiano, han dejado de ser depredadores urbanos para convertirse en colaboradores urbanos, cuyas principales miras no son otras que el futuro de su ciudad y, en definitiva, de los suyos; alejándose, de este modo, de las numerosas patologías egoístas que se ciernen sobre el microcosmos del hombre moderno, tan culpables, perversas y perniciosas en estos tiempos de crisis.
Les Jacobins de Saint-Martin
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