Breve reseña sobre el origen y evolución de nuestras dehesas desde una perspectiva histórica ( 3ª parte y fin)

El ingeniero Mario Martínez Bueso culmina con esta tercera entrega la serie dedicada a la formación de la dehesa extremeña, planteando su futuro como responsabilidad compartida por todos nosotros 

Pues bien, nos encontrábamos en los finales del S. XIX, principios del XX, en este momento, una vez ejecutadas las desamortizaciones y decaído en gran número la cabaña, especialmente la mesteña, y con la protección al cereal, cuyo precio, además, se vieron en constante subida por efecto del aumento demográfico y la primera guerra mundial, se viven unos años donde, por una parte, se intensifica la agronomización para aquellas dehesas con suelos con cierta capacidad productiva y, por otra, aquellas más pobres, estrictamente ganaderas, se abandona o atenúa su uso, matorralizandose y, muy importante, regenerándose.

La proporción de superficie abandonada o donde la intensidad de uso con respecto a la agronomizada debió ser notablemente favorable a la primera ya que, tras esta fase, se vive la siguiente que viene a conocerse como la época dorada de la dehesa (Linares y Zapata,2003). En ella miles de hectáreas de montes pardos (montes con arbolado disperso y subpiso arbustivo denso, fundamentalmente de jaras, brezos y otros matorrales de degradación se vieron transformados a dehesas mediante el descuaje de matorral, mediante el arado, yuntas de bueyes, o mediante la quema y tras ello, entresaca y apostado del arbolado resultante. El modelo de explotación tradicional ganadero especialmente diverso, autosuficiente y poco intenso, en cuanto al número de animales por superficie, todavía no se ha abandonado.

Tras la guerra civil y hasta los años 70 existen multitud de eventos que irán diezmando notablemente la superficie de dehesas, como primera aproximación cabe decir que el mapa provincial de suelos paso en el año 1964 solo para la provincia de Badajoz de 751.976 Ha de dehesas a 563.240 Ha en el año 1970, lo que supone una pérdida media de más de 30.000 Ha/año (Alvarado, 1983)

Fundamentalmente la crisis de los sistemas agrícolas tradicionales, poco productivos, dinerariamente hablando, el azote de la peste porcina africana que hizo perder el interés por la bellota, los planes de desarrollo, plan Badajoz y otros, y la emigración, además de la incorporación de nueva maquinaria agrícola hacia que, sencillamente, el arbolado no tuviera interés alguno. De esta forma, para aquellos montes absolutamente marginales se promovió su descuaje y transformación en eucaliptares, siguiendo la política autárquica impuesta por el régimen franquista, su hipotética rentabilidad y por la planificada planta de celulosa en Mérida, que nunca se construyó, de esta forma miles de hectáreas se convirtieron en eucaliptares, que si bien tenían un previsible buen futuro por el precio de esta materia se convirtió en un estrepitoso fracaso económico y ecológico.

Por otra parte, y probablemente, la que mayores daños produjo, si bien no de forma tan llamativa, fue la entrada de maquinaria pesada en el campo. Así, superficies que por sus características no resultaban productivas ahora podrían labrarse y mediante abonos sintéticos ponerse en cultivo. De esta forma, miles de hectáreas de dehesa pasaron a ser cultivadas y donde, como ya se dijo, el arbolado estorbaba y por tanto fue paulatinamente eliminado.

El despropósito no acabó aquí, en la década de los 70 y como efecto entre otras consideraciones de la crisis del petróleo de 1975, la demanda de leña de grandes dimensiones aumentó de manera notable, de forma que se produjo un descuaje masivo de arbolado, por el doble efecto del estorbo para la práctica agrícola ya mencionado y el aumento de precio de la leña. De esta forma se cifra en, atención, 1.850.000 encinas, solo para la provincia de Badajoz y en el periodo de 1969 al 78 (Doncel,1979 o Elena,1979) donde, este último, advertía que en Extremadura se arrancaban los encinares a un ritmo anual de 20.000 Ha desde 1975. Esta década probablemente fue, vista la estadística, la más difícil para este ecosistema único.

Entrando en la década de los 80, se alzan por fin voces conservacionistas y la dehesa va adquiriendo interés científico y social como paradigma de un ecosistema de origen y mantenimiento antrópico pero con unos singulares valores ambientales.

Surge en la sociedad urbana la idea, que aún hoy se mantiene, un tanto inocente, quizás, de espacio único donde convive feliz, el hombre y la naturaleza.

A raíz de todo lo anterior se va tomando conciencia social y política del problema y se promulga la primera Ley de la Dehesa (BOE Nº 174, de 22/7/1986; DOE nº 40, de 15/5/1986) donde se declara, como una de sus bases, la de compatibilizar la conservación del ecosistema dehesa con la exploración y transformación racional de la misma. Esta Ley, si bien supone un claro avance en su tiempo para la protección de la dehesa, es claramente productivista y olvida un aspecto absolutamente transcendental, el regenerado. Puede decirse, sin mayores contemplaciones, y en opinión del que suscribe, que dicha ley está desfasada en su filosofía y objetivos siendo perentoria su derogación y publicación de una nueva Ley más acorde con los tiempos y los problemas actuales de estos espacios.

La década de los 90 y hasta la actualidad está marcada por una estabilización de la dehesa. La actividad deforestadora se reduce notablemente, si bien, de forma localizada, siguen realizándose cambios de cultivo asociados a la puesta en riego de algunas comarcas, véase para Badajoz, las vegas altas y el canal que le da riego, de las dehesas, que tiene su broma el nombre, por cierto.

Surgen entonces otros problemas, en gran medida derivados de la vejez del arbolado; la aparición de enfermedades, el decaimiento generalizado de Quercineas, o más conocido por la seca, asociado al hongo Phytophthora cinnamomi, para la seca súbita, o multivariable para el decaimiento lento (cambio climático, encharcamientos/falta de aireación del suelo, senectud del arbolado, etc..), aumento de los perforadores (Cerambyx welensii y Platypus sp. entre otros), malas prácticas selvícolas (podas abusivas) o contra el regenerado (desbroces no selectivos mecanizados) y un largo etcétera y todo ello con unas prácticas ganaderas inadecuadas y con muy altas cargas (número de animales por hectárea) que hacen imposible el regenerado del arbolado, problema verdaderamente fundamental, por su gravedad, en el presente (para ampliar véase el Art. ¿ La dehesa tiene algún futuro? )

En la actualidad, existen diferentes programas, antiguamente conocidos como el SubPrograma I y II, en las que se han venido realizado, con cargo a los presupuestos de la CE, reforestaciones de tierras agrícolas para el primero y densificaciones (jaulas protectoras de regenerado plantado o natural). El presupuesto de estos programas y  número de hectáreas atendidas es notablemente insuficiente y, por otra parte, los propietarios no abordan este problema en sus fincas, ya sea por falta, sencillamente, de interés (propietarios no ligados a la tierra), conocimientos técnicos o presupuestos.

Finaliza aquí, en el presente, esta breve reseña histórica de la dehesa, donde inevitablemente por su extensión y por la escasez de conocimientos del que suscribe, es limitada y claramente insuficiente. Me permito, como reflexión personal, en relación a ella, creo que se puede achacar al tiempo pasado, a sus dificultades, a la desidia y a la incultura el presente de la dehesa, no así su futuro, tenemos los conocimientos y la capacidad técnica para que sea diferente al que en la actualidad se perfila, queda entonces, en la responsabilidad de todos, el devenir de este espacio único.

Bibliografía básica recomendada:

Ezquerra Boticario, F.J y Gil Sánchez, L. 3er Inventario Forestal Nacional. 1997/2007. La transformación Histórica del Paisaje Forestal en Extremadura. 2008. MAGRAMA.

Bauer Manderscheid, E. Los Montes de España en la Historia. 2003. Ed. FUCOVASA.

 

Fuente foto: RBD

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