Correo-acción

Nuestro buzón sirve para mucho más que recibir facturas del banco, esto lo sabemos bien todos los que nos servimos del correo habitualmente para mantenernos en comunicación con los nuestros y extender nuestra amistad allá donde nuestro pie difícilmente podría llegar pero sí nuestro ánimo. El correo electrónico, por si hubiera alguna dificultad, facilita enormemente esta comunicación agilizando el envío en ráfagas y reduciendo su coste.

Pero yo hablo del correo postal. Un simple sobre con su franqueo, límpida ave de papel, es invulnerable a cualquier contingencia humana, se le recibe abiertamente en salones y despachos, llega hasta la choza del pastor, salva precipicios, atraviesa países en guerra, burla dictaduras, ...es prácticamente infalible. Los carteros, modernos emisarios de zares variopintos, no desfallecerán en su intento de entregar nuestro mensaje, debiendo en muchas ocasiones desplegar toda su inteligencia y valor en descifrar ocultos códigos o adentrarse en oscuros territorios para culminar con éxito su misión.

No es de extrañar, dado sus rasgos, que el correo postal, fruto de estas y muchas otras reflexiones, fuese interpretado desde la óptica del arte durante todo el siglo XX, habiendo un remoto precedente en una carta-puzzle de Mallarmé en 1898 (una ingeniosa práctica que décadas después usaría, sin saberlo, Antonio Gómez, el más insigne artista postal/experimental- en Extremadura) y luego desarrollada como correspondencia entre artistas (los futuristas italianos), pero el llamado arte postal nace de una reflexión, como decía, en torno al propio código postal, iniciada por Ray Johnson, un artista neoyorquino de la escuela conceptual.

Es evidente que un sobre puede servir de contenedor de arte o proponer tales actividades y esto también forma parte del correo creativo pero en el arte postal (españolización del término mail-art) el mensaje es el propio medio, siguiendo la expresión de McLuhan, de ahí que se haga hincapié sobre todo en las interferencias creadas en dicho canal. Esto no lo podemos perder de vista. Se valora sobre todo la creatividad, el uso artístico de ese canal (y su correspondiente código), la finalidad principal es la comunicación.

Las interferencias que podemos crear en el código postal pueden ser muy variadas y sólo dependen de nuestra imaginación: un sello inventado, una intervención en el sobre, una dirección imaginaria, un mensaje para el cartero, ... El Museo de Arte Postal del Taller del Sol, en Tarragona, guarda cientos de ejemplos; su director, César Reglero, de dadaísta lumbrarada polisémica, es un artista curtido en la materia, él ha creado galimatías en las oficinas de correos y también ha recibido objetos y hasta alimentos (desde un bollo de pan a una berenjena precintada y sellada).

La interferencia postal puede generar acciones secundarias paralelas, involuntarias e impredecibles para el emisor respecto a su receptor o al mismo canal (la oficina de correos, el cartero, etc) que desbordan el código. El ejemplo más sencillo sería invitar a x personas a encontrarse en un sitio a determinada fecha y hora, hacer ilegible una dirección al cartero o solicitar su opinión en la cubierta de nuestro sobre, ...

Interacciones que derivan en el arte de acción - con sugerencias de la propuesta artística (proposal art)- en el espíritu del más genuino happenning que hacen enredar la madeja para al final solucionar el enigma desde el principio en un demencial organigrama. Así, lo que se ha comenzado por un enredo postal puede transcender a elucubraciones metafísicas para concluir demostrando que hay sutiles redes que nos vinculan, una voluntad poderosa que nos sobrepasa y nos une, un organismo en alerta desde el momento que depositamos una carta en el buzón.

 

José Juan Martínez Bueso

 

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