Saltando la tapia del silencio (2)

Separación y divorcio

María Fermina Jiménez aborda la problemática social y personal de la separación y el divorcio que aún persiste en nuestros días, recogiendo el testimonio vivo de una de esas mujeres enfrentadas a su entorno y a sí mismas.

La separación y el divorcio  significaron en su aprobación un enorme logro para los español@s, que  ponía fin a situaciones de pareja irreconciliables, eliminando sufrimiento y enfrentamiento emocional, una gran liberación personal, aunque muchos quebraderos de cabeza, enfrentamientos  de familias políticas, amigos y conocidos. Todo un logro de derecho, no siempre de hecho, sentido  como fracaso de proyecto en común o apuesta de vida.

Derechos de los que podemos hacer uso, sobre los que todavía existen muchas dudas, convenientes de despejar consultando con abogad@s, que ayuden en un paso firme a deshacer un compromiso dañino.

La Ley 15/2005, de 8 de julio, por la que se modifican el Código Civil y la Ley de Enjuiciamiento Civil  en materia de separación y divorcio se adapta a los nuevos tiempos que corren y da respuesta a un hecho social evidente: alargar un conflicto entre cónyuges es un sinsentido. Tras casi 25 años de vigencia, la Ley del Divorcio de 1981 (coloquialmente la sanfermina, por la fecha de su aprobación)  pedía a gritos una reforma y así lo entendió el Gobierno de entonces cuando aprobó la conocida  como ley del divorcio exprés por su rapidez (unos tres meses) en situaciones de mutuo acuerdo. En  la exposición de motivos del texto que publica el BOE se señala que la reforma que se acomete  pretende que la libertad, como valor superior de nuestro ordenamiento jurídico, tenga su más adecuado reflejo en el matrimonio.  Además de la reducción de los plazos y, en consecuencia, de los costes generados, entre sus novedades presenta la no necesidad de exponer motivo alguno para la  ruptura y la fórmula de la custodia compartida, cuando hay niños de por medio.

Una feminización de familias monoparentales, una realidad problemática y estigmatizada que sigue pesando aún hoy en demasía, ya que son las mujeres en su mayoría las que reciben la guarda y custodia de esos hijos. La monoparentalidad es una realidad compleja marcada, como otros muchos fenómenos sociales, por una estructura de género y de clase, que establecen diferencias profundas  en su vivencia. En una clara vulnerabilidad socioeconómica, abocadas a la ayuda de los servicios sociales, ya que en la mayoría de los casos, de separación o divorcio, se incumplen la pensiones alimenticias y cuidado de los hijos, como si al separarse la pareja, los hijos en común pasaran a ser solo responsabilidad del miembro de la pareja que se los queda, realmente difícil cuando son menores, frustrante y doloroso cuando crecen, ya que la patria potestad termina con la mayoría de edad de los hijos, como si esto eximiera de su cuidado cuando aún no han terminado sus estudios, o carecen de medios de vida.

Ha de arrastrarse,  pues, con secuelas emocionales, a las que ha de sumarse las que la sociedad impone: Desafecto, burla, desprecio, ridiculización, manipulación, intolerancia, apelativos de desestructuración, desarraigo, o exclusión.

Preguntarse cómo mejorar todas estas situaciones ayudaría muchísimo a dar el paso con más firmeza. Para algunas personas la fuerza necesaria para deshacer una vida de maltrato emocional o físico.

Pero echando un vistazo atrás, qué me dicen de esas mujeres que habían de separarse en la década de los 50 y 60, que parecían ser el resultado de una amoralidad, que causaban una clara alarma  social, con toda una visión peyorativa, como ataque a la institución familiar tradicional, que encontraba en general mucho desprecio, e incomprensión.

Las malcasadas o malqueridas, Vicenta era una de ellas, con un marido alcohólico, después de aguantar muchas vejaciones, palizas, desprecios  y acusaciones. Que por no poder separarse  había  de abordar el problema echando de su lado a (ese sí), mal marido, teniendo que renunciar a una de  sus hijas, de las dos, la más pequeña, que como represalia el padre se llevaba lejos con él, sin llegar a saber muy bien la vida que le esperaba, poniendo tierra de por medio. Nada entendida por la  familia política, criticada por todo su entorno, y encontrando un ambiente difícil, para poder compaginar su trabajo para vivir, el cuidado de mayores y la hija que le quedaba, a la que había  también de poner a trabajar y ayudar, sufriendo obligadamente por la niña ausente.

Y esa pequeña Maria, que llegaba al norte de España teniendo que trabajar cuando no levantaba  tres palmos del suelo, subida a un pequeño cajón para fregar platos y ganarse la comida, en un bar  de uno de unos parientes, a los que apenas conocía, sin ver prácticamente a su padre. Las noches frías y oscuras, durmiendo en un camastro, en el que a diario se meaba su padre, después de una  borrachera, teniendo que echarse las culpas, por las vergüenzas de decir que había sido él. Sólo un esbozo de una vida difícil.

Eran mujeres viudas de un marido vivo, que sólo suponía una atadura de por vida, y que cualquier  intento de rehacerla, podía ser mal visto, insultado y despreciado, sin ninguna piedad.

 

María Fermina Jiménez

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