Perdido en la galaxia (2/3)

La inteligencia artificial es un tema tradicional en nuestra cultura occidental que trata de explorar las relaciones emocionales entre los humanos y unas máquinas cada vez más  humanizadas con una dimensión filosófica sobre una base más o menos tecnológica o futurista. De esta manera hemos planteado en el Taller club Literario Madreselva la situación inicial de un extraño ser enmarañado en el caos, una situación que le sobrepasa al carecer de recursos para solucionar la situación donde está inmerso, relatada por él mismo. El relato inicial  es objetivado y procesado por tres miembros del Taller-Club literario Madreselva que han afrontado su conclusión interpretando la historia desde una relación maternal en el caso de Olga Alfonso. Raúl Martínez se enfrenta tangencialmente al asunto desde la paranoia destructiva de un adolescente y finalmente Claudia Vázquez enfoca la situación en un delirio científico de sobreprotección. Tres enfoques sobre una misma situación inicial a propuesta de nuestro Taller-Club Literario que nos hacen reflexionar sobre la dimensión humana y científica que está tomando la tecnología de hoy. 

Situación inicial

 

Perdido en la galaxia (2/3)

Raúl Martínez

 El día brillaba claro detrás de la ventana, una de esas mañanas con cielo azul y temperatura agradable en las que todo el mundo parece tener una razón para salir a la calle. Por eso Héctor, desde el interior de la casa, podía ver mucho ajetreo en la calle y, más allá, tras la verja de entrada, más gente de lo habitual en el parque, teniendo en cuenta que era lunes.

En la estancia la luz entraba más tenue, sin llegar a ser a ser escasa, y toda la actividad de afuera parecía algo distante. Había silencio. Héctor se sentía un poco como cuando te sumerges en el agua y lo de fuera se difumina, sabes que está ahí pero queda en un segundo plano. Era agradable.

Esther miraba a Héctor, sentado en el sofá, recostado hacia atrás con los brazos descansando en el asiento junto a sus piernas. Vio cómo su tórax se movía despacio mientras respiraba pausadamente. La mirada de Héctor dirigida a través de la ventana, como perdida, le resultaba familiar a Esther.

Esther cogió la taza de té que tenía en la mesilla ante ella, entre su butaca y el sofá donde reposaba el adolescente, dio un sorbo mientras analizaba todas las señales y entendió que Héctor habría tenido uno de esos episodios en los que parecía descargarse. La calma después de la tempestad.

Manteniendo la taza en las manos Esther rompió el silencio:

- Tus padres parecían muy preocupados. ¿Qué pasó el fin de semana?.

- ¿El fin de semana?.... Sí, bueno…. No sé, fue muy raro. Ya te habrán contado.

- Pero sabes que me interesa tu versión Héctor.

Su mente estaba ya centrada y decidió responder a la petición de Esther.

- Pues no recuerdo cómo empezó. De repente estaba en un sitio con pasillos llenos de cosas, la gente me miraba raro, como si fuese un extraterrestre. En un cartel ponía “Mercado”. Yo no entendía nada pero allí estaba, rodeado de estantes repletos de alimentos y gente extraña que me miraba. Me sentía muy raro, como perdido en la galaxia - mientras hablaba se incorporó en su postura, cogiéndose las rodillas entre las manos. Estaba poniéndose nervioso. Continuó:

- Entonces me di cuenta de que, efectivamente, era de otro planeta y no podía entender a toda esa gente, ni lo que hacían en aquel lugar. En un sitio donde ponía ”Pescadería” unos bichos babosos me hablaban desde un cubo de agua diciéndome que ellos también estaban allí de aventuras, que habían venido desde Almería, y el perro ladraba diciendo “¡No nos gustan los alienígenas!”. La gente seguía mirándome con cara de asco.

Esther contemplaba a Héctor mientras éste empezaba a oscilar su cuerpo de delante a atrás, la mirada al suelo y los ojos semicerrados. Ella se daba cuenta de que el malestar de Héctor iba en aumento, pero tenía que continuar preguntando.

- Y entonces ¿Qué pasó?.

- Pues que me di cuenta de que, como tenía superpoderes, ellos no podían hacerme nada. Me sentí mejor, mucho mejor. Y descubrí que todas las cosas que había en las estanterías eran alimentos que mantenían a aquella oscura gente conectados a una mente maligna que les decía lo que debían hacer. Entendí que mi misión era acabar con aquello y empecé a tirarlo todo al suelo y a destruirlo.

Héctor detuvo poco a poco el movimiento de su cuerpo y se puso derecho. Dirigió su mirada a Esther mientras le hablaba, con voz más clara y alta. De su rostro transformado había desaparecido todo rastro de turbación.

- Fue genial entonces. Lo destruía todo y entendía que ese era yo en mi misión especial para liberar a la galaxia.

- Parece que te sentó bien – Esther sonrió ligeramente e hizo una pausa. - ¿Y qué piensas sobre eso ahora?.

Qué distinta era Esther del resto de la gente, pensó Héctor, nunca se enfadaba con él, al contrario que sus padres que por cualquier cosa le armaban una gorda. ¿Sería porque la pagaban para que le escuchase?.

- Bueno, se me fue la olla otra vez. No había tomado las pastillas, ya sabes. Hice un buen destrozo y todos se cabrearon bastante.

Héctor volvió a recostarse en el sofá pero mantenía la mirada en su interlocutora. Hubo unos segundos de silencio mientras se miraban.

- ¿Qué piensas?- Preguntó la terapeuta.

- Que tú nunca te enfadas conmigo. ¿Crees que hice mal?.

 

Incorporándose Héctor tomó la taza de té y le dio un sorbo. Extrajo la bolsita de la taza y le vino una excitante idea a la cabeza. En la mesita había una bandeja donde siempre depositaban las bolsitas humedecidas. Mirando a Esther de soslayo dejó la bolsita directamente sobre la mesa.

Esther comprendió enseguida que le estaba provocando, quería enfadarla, pero ella no debía ceder y le dejó hacer sin interferir. Sabía que tenía que hacerle entender cuál era ese “juego” suyo, como venía intentando desde las primeras sesiones, pero sin reprocharle nada, sin juzgarle. Esa era la mejor manera que ella conocía para  que el joven pudiese ver claramente lo que hacía, para ser plenamente consciente de sus actos y sentimientos.

La terapeuta tan sólo le observó, con calma, haciéndole ver que se estaba dando cuenta y dejando que fuese Héctor quien reaccionase.

Durante un breve instante se miraron, como en un duelo. La mirada tensa y provocadora de él, los ojos firmes y serenos de ella. Todo esto sucedió en unos segundos cargados de significado.

Finalmente Héctor recogió la bolsita y la dejó en la bandeja diciendo:

- Lo siento. Son tonterías mías.

- ¿Por qué quieres que me enfade contigo?- dijo ella, sin asomo de reproche.

Ni la voz ni los gestos de Esther mostraban ninguna emoción especial al hablar, tan sólo curiosidad y comprensión. De esta manera ella propiciaba que todo lo que surgiera en la terapia fuese en relación a Héctor.

Héctor se movió inquieto en el sofá.

- ¿Qué consigues cuando los demás se enfadan contigo, cuando tus padres se enfadan contigo?.

Héctor movía la cabeza de un lado a otro mientras Esther, sentada frente a él, permanecía en el centro de su campo de visión. Su rostro cambiaba mientras respiraba agitadamente.

- En tu episodio del fin de semana todo el mundo te miraba raro, como si no te quisiesen allí.

El nerviosismo de Héctor aumentaba paulatinamente pero, al contrario de lo que solía hacer siempre, esta vez no intentó cambiar de tema. Alternaba su mirada inquieta entre la ventana y los ojos de Esther. La terapeuta entiendió que por fin el trabajo de estos meses empezaba a dar resultados y Héctor se estaba dando cuenta de que debía enfrentarse a sí mismo en lugar de huir.

- Eso te dio pie a crear una buena excusa para enfrentarte a ellos y poder destrozarlo todo.

El joven adolescente seguía agitándose en el sofá pero sonrió con gozo al escuchar esas palabras.

- Al destrozarlo te sientes bien porque sientes que puedes ser tú mismo.- Silencio-. Está bien que seas tú mismo… Está bien que seas tú mismo.

Héctor se fue tranquilizando ligeramente, respiraba profundamente hinchando el pecho.

- ¿Es así Héctor?.

Héctor respondió lentamente:

- Cuando mis padres se enfadan conmigo puedo hacer alguna locura, ellos se lo buscan. Me gusta hacer locuras, es….es…..es lo que quiero hacer.

Los ojos de Héctor se humedecieron mientras se reclinaba en su sofá.

- ¿Por qué nunca puedo hacer lo que me gusta?- Héctor se enjugaba sus lágrimas-. Quiero chillar y…. salir por ahí… como el resto de la gente normal.

Esther le dejó estar, pues sabía que esto era un paso importante: darse cuenta de lo que quería y de cómo jugaba con los demás provocándolos para así darse permiso para ser él mismo. Reconocer sin reservas ese instinto que le impulsaba y que trataba de reprimir era lo primero para poder redirigirlo de una manera menos dañina.

Pero eso sería en otro momento. Ahora simplemente se veía a sí mismo con claridad.

En  su interior Esther admiraba el coraje que Héctor había necesitado para dar este paso. Es algo que solía ocurrirle cuando pasaban este tipo de cosas en su consulta.

Por un momento ella dirigió la atención hacia sí misma, hacía este sentimiento que ya conocía. Se preguntaba si ella sería capaz de enfrentarse a sus demonios de esa manera: sin escudos, cara a cara, dejando toda su fragilidad al descubierto.

Los dos permanecieron sumidos en sus pensamientos. Cada uno en lo suyo pero con la compañía tácita del otro.

 

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